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El enfado; un secuestro emocional.
El año pasado recibió una noticia que le cayó como una espada en el corazón. Una confesión que llegaba un año y medio tarde. Cuántas veces había pedido la verdad y se le había negado, y cuando por fin se le ofrecía, la agradeció a la vez que odió con todas sus fuerzas a su interlocutor.
La ira se apoderó de él. Le oscureció el corazón y le nubló el raciocinio. Le tensó el cuerpo: mandíbulas, brazos, cuello y estómago… Su mirada se volvió turbia y sus palabras y tono de voz se endurecieron. Con la dureza, vino el despecho, el rencor, el menosprecio y la venganza. La negatividad se llevó la alegría y el sentido del humor. La rabia le vendó los ojos a la empatía y rápidamente forjó una coraza que le impidió mostrar su vulnerabilidad. Entró en modo protección “ON”.
Unas horas después pudo reconocer su enfado descomunal. Después de meses, pudo reconocer que había construido un sin número de capas de enfado. Allí debajo, como en el fondo de un pozo profundo, se encontraba la tristeza.
Entones lloró como una niño sin consuelo. La traición y la mentira se le hacían muestras de un profundo desamor que le rompió el corazón.
No llevaba bien lo de sufrir el dolor que le producía la tristeza: ese vacío en el estómago, esa presión en el pecho, esos ojos llorosos, esa energía de tortuga vieja… Inconscientemente eligió la ira, ésa que hizo crecer el orgullo herido y le dio la energía de un dragón furioso que quema y arrasa con lo que encuentra.
Fue en ese momento en el que fué víctima de un secuestro emocional. Es decir, sus emociones negativas se apoderaron de él, impidiéndole razonar, sin dejar entrar las emociones positivas y haciendo que las emociones subsecuentes se tiñeran de una intensidad especial.
Ocurrió así: su cerebro recibió el aviso de una amenaza y rápidamente se encargó de activar los dispositivos de defensa, la huída o la lucha. El suyo, eligió luchar.
El enfado
¿Cómo funciona anatómicamente el enfado?
Para que se desarrolle la ira, la rabia o el enfado, en primer lugar, tiene que haber un pensamiento que produzca irritación, seguido de otra serie de pensamientos de la misma índole y con connotaciones de venganza u otras emociones relacionadas con la ira. Con este detonante, nos sentimos amenazados haciendo que el cuerpo se predisponga para la lucha. Esta amenaza puede ser física, aunque la mayoría de las veces es una amenaza a nuestra autoestima o amor propio, haciéndonos sentir menospreciados, insultados o frustrados.
En el momento en que percibimos una ofensa, nuestro sistema límbico libera una secreción de catecolaminas que alertan al cerebro sobre una posible lucha o huída. Esta descarga puede durar más o menos minutos, según cómo percibamos la amenaza. Simultáneamente la amígdala emite una descarga energética que se desplaza por la rama adrenocortical del sistema nervioso, con el fin de aportar el tono corporal adecuándolo al tipo de respuesta. Esta energía adrenocortical puede durar horas o incluso días, dejando nuestro estado emocional predispuesto a la excitación. Este estado emocional puede explicar la razón por la cual muchas personas tienden a estar crispadas o a enfadarse con facilidad una vez que han sido provocadas.
Cuando el enfado se convierte en un secuestro emocional
Una vez estamos en este estado emocional de irascibilidad, cada pensamiento o nueva provocación suscita una nueva oleada de excitación. Es decir, por cada nuevo detonante se produce una nueva descarga catecolamínica. En el enfado, la velocidad en la que se producen las descargas es mayor a como éstas se disipan, creando así una nueva oleada de emociones que se suma a la anterior, aumentando exponencialmente el nivel fisiológico de excitación.
Esta escalada del nivel de excitación y de irritabilidad, es lo que se llama un secuestro emocional. Durante este estado emocional, la persona se cierra a todo razonamiento siendo incapaz de perdonar. Los pensamientos tienden a estar cargados de reproche, despecho, venganza o represalia, y puede actuar sin considerar las consecuencias de sus actos.
La ira, la rabia o el enfado, es el estado emocional más difícil de controlar dado a que puede producir euforia y dar la sensación de poder e invulnerabilidad, permitiendo en ocasiones que aflore la agresividad. Los pensamientos obsesivos sobre la razón por la que se está enfadado, reafirman los motivos del enfado y justifican la permanencia en dicho estado.
Es por esto que podemos afirmar que el enfado se construye sobre el enfado.
Tomar conciencia
Si él hubiera sabido esto, probablemente no habría actuado de la misma manera, ni hubiera estado tanto tiempo enfadado. Tampoco habría causado tanto dolor a su alrededor. Su estado emocional era frágil, su ira insaciable y sobretodo, tenía todos los argumentos posibles para justificar sus actos.
Hoy puede afirmar que ha sido “víctima” de un secuestro emocional.
¿Qué se puede hacer?
Empezar por saber cuál es el proceso fisiológico para que se produzca un enfado y lo que hace que escale al nivel de un secuestro emocional.
Detectar los primeros detonantes y tomar acción para detener las descargas catecolamínicas. Nuestra capacidad de detener la escalada emocional y por lo tanto, evitar entrar en un secuestro emocional, dependerá de lo rápido que detectemos el primer detonante que ha provocado que nuestro estado emocional haya sido alterado. Entonces podremos pasar al proceso de enfriamiento.
¿Cómo? El primer paso es tomar conciencia de uno mismo. Después, poner distancia con la situación. En soledad, parando o dejando pasar los pensamientos obsesivos a través de la
meditación, la relajación, la respiración profunda, haciendo deporte o una caminata. Llevar la atención hacia otros pensamientos o bien distraerse con algo ameno y divertido que permita bajar el nivel de excitación y así evitar nuevas oleadas de descargas.
Este proceso de enfriamiento se torna muy difícil cuando se alcanzan niveles intensos de enfado ya que la persona es en ese momento cognitivamente incapaz de razonar de forma adecuada.
De forma general, expandir la conciencia de uno mismo, nos puede ayudar a tomar control de nuestras emociones y no que ellas nos controlen a nosotros. Ser conscientes de nosotros mismos y de nuestro entorno, nos puede ayudar a actuar y tomar decisiones emocionalmente inteligentes.
Amaia Ruano
Barcelona 27 de Noviembre de 2017
Bibliografía consultada: Inteligencia Emocional, Daniel Goleman.
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